Alguna vez hemos oído que el ganadero es —o debería ser— productor de pasto en primer lugar, para, a través de la vaca, quien lo puede transformar, ya ser productor de carne. De esto ya hay pocos ganaderos que lo pongan en duda, pero hay que ir más allá. Solo un paso. La vaca es el resultado de un buen pasto; la cantidad de vacas, el resultado de la cantidad de pasto (al menos de forma sostenible). ¿Y qué es un buen y abundante pasto? Pues bien sencillo: es el resultado de una buena microbiología.
A veces limitamos la producción de pasto al sol, el agua, la materia orgánica y los minerales, y de nuevo, bien. Pero nos volvemos a dejar la microbiología para lo último. ¡Gran error! Porque lo que ahora es lo último, en los orígenes —unos 3.500 millones de años atrás— fue lo primero: bacterias, protozoos… Increíbles seres que permiten que las raíces de las plantas puedan disponer de esos elementos citados anteriormente. Producen oxígeno, degradan plásticos, atacan plagas, se comunican entre sí, viven en condiciones extremas e incluso sirven para producir alimentos.
Microbiología, el eslabón olvidado
¿Cómo es que en el sector cárnico no está normalizado hablar de microbiología aún?
Mi respuesta es clara: en pos de la especialización, hemos aislado las partes que forman el todo.
En ganadería hay quien sabe de salud, quien de genética, quien de nutrición, quien de semillas, quien de abonos, quien de cómo manejar el ganado… pero apenas hay quien sepa de todo, visto como un todo.
La coevolución natural de microbiología–pasto–ganado es lo que nos dio fértiles praderas y hermosos y saludables herbívoros. Nosotros, los humanos, simplemente hemos ido extrayendo ferozmente ese capital biológico que tantos años le costó a la naturaleza crear. El carbono que tanto nos asusta antes yacía bajo nuestros suelos como fertilizante, y ahora está en continua liberación a la atmósfera.
Durante décadas hemos bombardeado la microbiología del suelo y de los animales con herbicidas, fertilizantes químicos, desparasitantes… Hemos perdido suelo porque hemos perdido microbiología, que es la que crea el suelo.
Vuelvo a recordar que la naturaleza que vemos hoy —lo poco que queda— la crearon ellos, no nosotros los humanos.
Toda gran civilización, a su paso, ha dejado un desierto: Mesopotamia (Irak), China en el desierto del Gobi, el Imperio Romano en gran parte de la Europa mediterránea, incluso ciertas regiones “avanzadas” de los mayas e incas, como el Petén.
Extracción → erosión → pérdida de fertilidad → desertificación → hambre → colapso social
Los vírgenes suelos de América del Sur, Brasil y Argentina, degradan millones de hectáreas de suelo fértil a una velocidad mayor que las civilizaciones pasadas debido al “avance”, donde antes les tomaría un año, ahora, con maquinaria moderna, se puede hacer en una semana.
Estados Unidos (y el Dust Bowl 2.0)
En el siglo XX, el Dust Bowl convirtió millones de hectáreas fértiles en polvo por la labranza intensiva. Hoy, el cinturón agrícola (Kansas, Oklahoma, Texas) enfrenta de nuevo erosión, sequía y pérdida de carbono del suelo. California, además, consume más agua de la que recibe, y sus acuíferos se están agotando.
He querido adentrarme en el impacto del pasado y del presente para que se comprenda la importancia, y cuando se presente la solución, sea acogida con ilusión.
Esa solución es clara y posible: la ganadería y agricultura regenerativa, que no es más que aquella que potencia los procesos naturales y trabaja a favor de la vida del suelo, de las plantas y de los animales. Un modelo que demuestra que se puede producir más con menos, obteniendo mejor rentabilidad —más ingresos y menos gastos—, mientras mejora gradualmente la fertilidad del suelo sobre el que se implementa. Una agricultura y ganadería que no agota, sino que regenera, y que convierte a quienes la practican en auténticos cuidadores de la vida.
Son muchos los ganaderos —sí, sencillos ganaderos familiares— que están trabajando y gestionando sus tierras y su ganado como un todo, empezando con la microbiología y respetando los procesos coevolutivos, con resultados realmente positivos, demostrados y amparados por grandes científicos como la Dra. Christine Jones, de Amazing Carbon.
Demostrando que el carbono orgánico se produce y almacena hasta por 100 años en el suelo, reduciendo los riesgos ambientales y potenciando la vida en el suelo y eso se logra cuidando de esa microbiología y realizando pastoreos correctos con herbívoros, es simplemente maravilloso.
Ganaderos que reconocen que la naturaleza es más sabia que nosotros mismos, y que lo mejor que podemos hacer es observarla como un todo. Pues cuando miramos tan de cerca el monte, tan solo vemos un granito de tierra y olvidamos lo que en realidad es.
Hoy ha sido una pequeña introducción a una forma de ver y comprender la naturaleza. Quedan apasionantes partes, como el momento en el que pasto y ganado se deben encontrar —dicho por la historia y la coevolución, no por nosotros—, o cómo la naturaleza selecciona la genética más productiva, o cómo la salud humana y animal es un resultado final de la salud del suelo.
Para recordar por siempre
Sabemos que en un cuerpo humano de 70 kg viven casi 2 kg de microorganismos. En un gramo de tierra fértil hay más vida microbiana que personas en el planeta entero. Y ellos fueron quienes hicieron posible la vida en la Tierra, y no nosotros. Démosles el respeto e importancia que merecen, y que no se tome solo como un tema moderno y “guay”.









