Como millennial es cierto que se me hace un mundo hacer la compra y sobre todo en comercios tradicionales como las carnicerías o las fruterías de barrio. Tengo miedo a no saber qué pedir y a quedar de tonta. Como si el carnicero fuera una especie de examinador de oposición a un Máster de Carnicología.
Algo absurdo. Porque como buena abulense, si hay algún sitio que he frecuentado con mi madre cuando íbamos a hacer la compra, es la carnicería ‘Muñogalindo’ de mi barrio. En la que, tal era la confianza, que entraba por allí con mis 5 años bien puestos y sin vergüenza ninguna pedía “chicha”. Al momento, Óscar (el carnicero), siempre me daba un trozo de jamón con una enorme sonrisa. Durante años pensé que era de la familia. (Vale, igual he exagerado un poco).
¿Por qué hago esta reflexión? Esta semana, Cedecarne ha promovido una campaña en redes sociales, en la que los carniceros explican el porqué no hay que tenerles miedo. El movimiento nace tras el vídeo viral de una chica que, como comentaba al principio, afirmaba que “no sabía muy bien ni cómo pedir, ni cómo actuar al hacer la compra en una carnicería” y finalmente, se acababa decantando por las grandes superficies.
Comentándolo con mi círculo de amigas, de entre 25 y 35 años, todas coincidíamos en lo mismo: sabemos que el producto es mejor, que incluso la relación calidad-precio es mejor, pero ‘nos da palo’ ir y no saber qué pedir, porque nos perdemos en el mundo cantidades y/o opciones. Y esto sin duda, es algo hay que cambiar, si queremos conservar el comercio tradicional.
Quiero recoger algunos de los tips de esta campaña que dicen estos profesionales en sus perfiles de Instagram:
“No solo vendemos, estamos para asesorar y no nos comemos a nadie por preguntar”
“Si no te aclaras con cuantos gramos de carne necesitas, vendemos los productos por piezas”
“Si tienes una barbacoa y no sabes cuánta cantidad necesitas, dinos número de personas y nosotros nos encargamos”
“No solo tenemos carnes, sino elaborados caseros cuya preparación es darles un golpe de calor”…
Si el día de mañana tengo una hija, me gustaría que pudiera entrar en la carnicería pidiendo “chicha” y que haya alguien detrás del mostrador que se la dé con una sonrisa en la cara. Si no nos quitamos las tonterías, estos comercios pueden llegar a desaparecer. Así que amigos y amigas, ¡todas a las carnicerías de cabeza!