Investigadores del Instituto para la Seguridad Alimentaria Global (IGFS) de la Universidad Queen’s de Belfast (Irlanda del Norte) han desarrollado un nuevo método de investigación que revela una importante reducción de la huella de carbono en las explotaciones porcinas británicas.
La investigación independiente, financiada por la UE, extrajo sus conclusiones a partir de datos históricos sobre los sistemas ganaderos de Inglaterra, Escocia y Gales. Dado que los datos sobre los insumos agrícolas eran escasos, se desarrolló una nueva metodología de investigación en la que se utilizaron los productos para estimar retrospectivamente los insumos, un proceso denominado ‘modelización invertida’.
Tal y como revela el informe, aunque la contribución al impacto ambiental por unidad de carne de los sistemas porcinos es relativamente baja, la carne de cerdo es el tipo de carne que más se produce y consume a nivel mundial (FAO STATs, 2019) y, por tanto, contribuye de forma significativa a varias formas de impacto ambiental.
En 2013 se estimó que la contribución total de los sistemas porcinos a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) fue de 668 millones de toneladas de CO2, aproximadamente el 10 % de las emisiones de GEI producidas por los sistemas ganaderos en general. Además, se considera que los sistemas porcinos contribuyen en gran medida a la acidificación y eutrofización del medio ambiente debido a las emisiones de nitrógeno y fósforo procedentes del almacenamiento y esparcimiento del estiércol.
La alimentación, fundamental para la reducción de la huella de carbono
En este nuevo estudio, se puso de manifiesto un descenso global de la huella de carbono en todo el sector de la cría de cerdos, que se desglosa, para los cerdos criados en interior y exterior respectivamente, en reducciones del 37 % y el 35,4 % para el potencial de calentamiento global (comúnmente conocido como huella de carbono); del 21,2 % y el 16,4 % para el potencial de acidificación terrestre; del 22,5 % y el 22,3 % para el potencial de eutrofización del agua dulce; y del 15,8 % y el 16,8 % para el uso de la tierra agrícola.
El papel de la alimentación animal resultó ser fundamental para el impacto medioambiental de las explotaciones porcinas, ya que representa entre el 75 % y el 80 % de la huella de carbono. Por lo tanto, los cambios en los ingredientes de los piensos tienen el potencial de alterar significativamente el índice de carbono de las explotaciones porcinas y del sector en su conjunto. En concreto, la creciente tendencia a sustituir la soja importada de Sudamérica (que tiene una elevada huella medioambiental asociada a la deforestación) por cultivos autóctonos como la colza y la harina de girasol para alimentar a los cerdos resultó tener un efecto mitigador significativo en los resultados medioambientales.
Los avances en la nutrición animal y la disponibilidad de piensos también han tenido un efecto beneficioso, en particular la mayor disponibilidad de aminoácidos y enzimas sintéticos, cuyo precio disminuyó durante el periodo de tiempo en cuestión. Cuando se añaden a los piensos domésticos, como la colza, estos ingredientes suplementarios aumentan la disponibilidad de nutrientes y mejoran el equilibrio alimentario, lo que ha reducido la excreción de nutrientes en el estiércol y ha aumentado la productividad de los animales hasta en un 30%.
El estudio también descubrió que estos suplementos en la alimentación animal ayudaron a reducir los niveles de fósforo en la escorrentía del estiércol de los cerdos en más de un 20%, reduciendo la contribución de los sistemas porcinos a la contaminación del agua dulce.
Los cambios en el rendimiento de los animales debidos a la cría de cerdos más magros y de crecimiento más rápido, el aumento del número de lechones nacidos por cerda y por camada y la reducción de la mortalidad general también han contribuido a reducir el impacto medioambiental. Por ejemplo, los avances en la cría de cerdos más magros y de crecimiento más rápido redujeron la huella de carbono en un 20 %, apuntan los investigadores.
El estudio ha sido dirigido por el profesor Ilias Kyriazakis, del IGFS, en colaboración con otras instituciones del Reino Unido, interviniendo en los datos públicos disponibles del Consejo de Desarrollo de la Agricultura y la Horticultura (AHDB) de Gran Bretaña entre 2000 y 2020.
Según Kyriazakis, es la primera vez que se utiliza la modelización invertida para investigar el impacto medioambiental de cualquier sistema ganadero, lo que supone un punto de partida para la investigación en todo el ámbito de la agricultura y el carbono. La investigación se ha publicado en la revista Agricultural Systems tras una revisión por pares.